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No me encuentro bien desde hace unos días. Todo empezó con un leve dolor de estómago. Al día siguiente llegaron las náuseas y el dolor se extendió a brazos y piernas: al principio como un leve hormigueo, después pinchazos punzantes que recorrían todas mis extremidades.
—Minato —me decía mi madre—. No tienes buena cara hija, estás pálida. ¿Estás comiendo bien en el colegio?
—Sí, mamá, como todo lo que me pones —contesté con un resoplido, mi madre es muy pesada.
Fue entonces cuando nació esa voz en mi cabeza, o al menos yo la escuchaba en mi cabeza, después he descubierto que no, que son susurros que me persiguen allá donde vaya, por cada pasillo, por cada habitación, por cada peldaño de cada escalera. La voz dice mi nombre: «Minato, Minato», sin parar.
Tras la voz han llegado movimientos autómatas que yo no quiero hacer, mi cerebro actúa por su cuenta, me dirige. No me creeréis si os digo que esta mañana me he levantado con un cuchillo de cocina ensangrentado entre las manos. Ese ha sido mi despertar. Lo he tirado. Primero lo he limpiado sin pretender hacerlo y después lo he tirado al río de camino del instituto. Pero no soy yo, no me muevo yo. Yo, Minato, ya no sé dónde estoy. Me miro en el espejo y no me reconozco, es como si algo me hubiera poseído, una especie de oruga que se hubiera introducido por mi nariz, directa hasta mi cerebro. Una oruga con cara y ojos y otras caras dentro de su propio cerebro. Quizás los rostros de todos aquellos a los que posee. Una oruga mecánica y que no tengo ni idea de dónde ha salido.
Cuando he llegado al instituto había coches de policía en la puerta. He preguntado, al parecer uno de los alumnos murió anoche acuchillado en un oscuro callejón. No lo recuerdo, pero fui yo, seguro. Después bajo a los vestuarios y las duchas, hoy toca natación. Soy buena nadando, quizás porque mis padres eligieron el nombre de “Minato” para mí. Abro mi taquilla y cuando miro a mi derecha la gran oruga llena de cerebros que siento dentro se ha materializado a mi lado. Quiere que haga otra cosa más, una última cosa antes de que mi cerebro ocupe su hueco dentro... me dirige a la piscina. Me hundo, dejo de respirar, todo se vuelve negro.
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